domingo, 30 de marzo de 2014

Algún día tenía que llegar, final de la aventura en Colombia en Popayán

Íbamos evitándolo poco a poco, que si un par de días más en Medellín, que si nos quedamos un poco más en Manizales para ir al festival Hare Krishna, que si otro día más en Salento para actualizar el blog... A quién pretendíamos engañar, ¡lo único que intentábamos era retrasar el fin del viaje por Colombia lo máximo posible! jeje. Pero a pesar de encontrarte tan a gusto en un país, a pesar de sentir que será difícil encontrar gente con la que sientas tanta conexión, las ganas de seguir viajando, conocer otras culturas, otros olores, sabores... aún continúan. De todas maneras, Colombia seguirá estando ahí, así que nunca se sabe... :-P

Como destino final en Colombia pasamos unos días en la ciudad de Popayán, a unos 300 kilómetros de la frontera con Ecuador. Popayán es famosa porque hace unos años fue declarada Ciudad Unesco de la Gastronomía, :-o... ¿Vosotros habéis podido comprobar esa fama? Pues nosotros tampoco... No sé si porque al ser vegetarianos nos perdimos algunas de las delicias gastronómicas de la región que han dado tal fama a Popayán, pero según nuestros paladares se lo han pasado mejor en muchos otros lugares del país.

Títulos honoríficos aparte, la ciudad es conocida también por su centro histórico, compuesto por pequeños edificios todos ellos de color blanco, lo cual podría ser una delicia para la vista y las cámaras de fotos, si no fuera por la cantidad de tráfico y contaminación que envuelve toda la ciudad, los cuales enturbian en gran medida el aspecto colonial del centro. Aunque bueno, para ser justos, no deja de estar de más pasar una mañana recorriendo las calles de Popayán y ocupando un poco más la memoria de la cámara.

Patio interior del Ayuntamiento de Popayán 


Calles del centro histórico de Popayán

Bueeeno, para ser aún más justos, he de decir que dentro de la faceta gastronómica de la ciudad, tuvimos la agradable sorpresa de encontrar una variada oferta de restaurantes vegetarianos considerando el tamaño de Popayán, que aunque no nos pareción que tuviesen una gran calidad, por 4000 pesos (menos de 2 €), tenías un almuerzo con 7 platos a elegir, vamos, ¡que nos pusimos las botas!

Pero uno de los principales atractivos cerca de Popayán, es el mercado indígena de Silvia. Silvia es un pequeño pueblo a 1 hora en bus desde Popayán, en el que cada Martes se celebra un mercado protagonizado por la comunidad de indios guambianos. Esta comunidad ha tenido la fortaleza de preservar tradiciones desde tiempo pre-incaicos, resistiendo a la influencia de los "avances" de la civilización, aunque ya se veía a alguno disimuladamente sacando el móvil o vendiendo discos con los últimos hits en música indígena (una experiencia surrealista ver los vídeos musicales indígenas...) Poseen una lengua propia, el misak, que como suele pasar con las lenguas indígenas, al menos yo no entendía ni una palabra. Tanto hombres como mujeres visten con ropas tradicionales como sombreros, faldas y botas. Cada Martes la comunidad guambiana se acerca al pueblo de Silvia para vender desde productos alimenticios que ellos mismo producen, hasta productos textiles creados por ellos.

Familia guambiana

La verdad que pasear por Silvia este día de mercado es toda una experiencia de nuevas sensaciones, con nuevos sonidos a través del idioma misak, nuevos olores en forma de verduras y frutas nunca vistas... En definitiva, es vivir dentro de nuestras posibilidades unas horas la vida de la comunidad guambiana, aunque eso sí, algo desfigurada por la presencia de alguna cámara de fotos y turistas como nosotros sin sombrero, falda y la piel algo más clarita.


Mercado de Silvia

Aparte de esto, pasamos un par de días más en Popayán en los que tuvimos el placer de conocer a una prima de John, uno de los chicos que conocimos en Manizales, y por supuesto seguir disfrutando de la oportunidad que nos brindaba la ciudad de llenar abundantemente nuestras tripitas, con diversos platos vegetarianos a precios tirados.

Tras Popayán, tocaba poner rumbo hacia la frontera entre Colombia y Ecuador, haciendo una parada técnica de una noche en el pueblo más cercano a la frontera, Ipiales. Se trata de un pueblo en el que no hay mucho por hacer, y que una de sus principales fuente de ingresos es el hecho de estar tan cerca a la frontera. Aunque sí que hay una excursioncilla en Ipiales que merece mucho la pena para pasar una mañana, el santuario de Las Lajas. Se trata de un santuario construido en las faldas del valle del río Guáitara, de manera que no sólo impresiona la arquitectura del edificio, sino sobre todo el lugar donde fue construido.


Santuario de Las Lajas

Como suele pasar con este tipo de santuarios en lugares remotos, su construcción se debió a un milagro que sucedió en el siglo XVIII en ese lugar. Según la leyenda, cuando una mujer viajaba con su hija hacia tierras peruanas, se vieron sorprendidas por una tormenta y se resguardaron en las faldas del cañón. Hasta que en un instante, un relámpago iluminó una imagen de la Virgen del Rosario sobre una laja, la cual fue vista por la hija, hasta entonces sordomuda, y exclamó: "Mamita, la mestiza me llama..." Después, el típico protocolo de los agente del departamento de calidad de milagros de la Iglesia comprobaron que el milagro fue cierto, y procedieron a construir la Iglesia, y dicho sea de paso, garantizar el sustento económico de la zona a través del turismo. :-D

Santuario de Las Lajas


Así que tras la breve parada de un día en Ipiales, mochila al hombro, y buseta hacia la frontera, rumbo al 3º país en la etapa americana, rumbo a una vieja conocida para mí, la pequeña y poco explotada turísticamente Ecuador. Pero será en el próximo post donde empezamos a hablar sobre el quichua, el paso fronterizo, los simpáticos indígenas del norte de Ecuador, y alguna experiencia no tan agradable...


"Yo soy nacionalista, y mi país es el mundo". Gandhi

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