Como os comenté hace no muchos posts,
un cúmulo de circunstancias nos hicieron cambiar bastante el
itinerario previsto del viaje. Lo que se preveía tras México como
una visita breve a la zona de Centroamérica, se convirtió en un
salto directo a Sudamérica, en concreto a Colombia. Cuando planeas
un viaje tan largo y variado como este, inconscientemente (o quizá
con total consciencia), siempre tienes una etapa del viaje que
esperas con especial interés, como una etapa que tienes cierta
sospecha que será aquella que siempre te ha estado esperando, y en
nuestro caso había llegado con Sudamérica.
Nuestro primer destino fue Colombia,
específicamente su capital, Bogotá. Como suele pasar, muchas
historias habíamos oído sobre la fama del país colombiano,
películas fieles a los más primitivos clichés sobre
narcotraficantes, noticias sobre violencia local generalizada a todo
el país... Pero como sabéis, no somos personas que les guste hacer
mucho caso de lo que unos cuantos dicen sin conocimiento de causa,
así que mejor descubrir las peculiaridades del país del café con
nuestros propios ojos.
El paso de Cancún a Bogotá no fue lo
que podríamos decir placentero. El vuelo salía a las 5:00 AM, así
que, en lugar de pasar esa noche en un hostal, decidimos ir
desde Cozumel hasta el aeropuerto de Cancún a última hora de la
tarde y pasar la noche en el aeropuerto. Durante el viaje por México,
pudimos sufrir la extraña costumbre de que les encanta poner el aire acondicionado a
tope en cualquier lugar, ya sea bus, museo... y como no, aeropuerto.
Pero bueno, con unas cuantas capas encima y haciendo buen uso de las
esterillas para evitar el frio suelo, pudimos dormir unas horitas.
Finalmente llegamos a Bogotá sobre las
15:30, intentamos averiguar la manera de llegar en transporte público
desde el aeropuerto hasta el centro, pero aunque parezca imposible,
de 5 ó 6 personas que preguntamos todas nos dieron versiones
diferentes... Así que finalmente optamos por la solución segura
(aunque a veces ni eso...), el taxi. Habíamos escrito a varios
couchsurfers para conseguir alojamiento en Bogotá, pero la mayoria
tenían la casa ya ocupada así que finalmente reservamos en un
hostal en el centro histórico de Bogotá, el barrio de La
Candelaria, donde se encuentran la mayoría de hostales para
viajeros.
Bogotá, barrio de La Candelaria
Durante los 4 días que pasamos en
Bogotá tuvimos tiempo para disfrutar de experiencias de todos los
tipos. Desde probar nuestras primeras arepas, hasta conocer en el
hostal a un vasco con una dura historia sentimental que le hace
visitar Colombia más de lo que le gustaría, empezar a percibir la
amabilidad de los colombianos, su preocupación por la imagen, el
alto índice de indigencia existente, propio de una gran ciudad, o la
movilidad social en lucha por sus derechos y los de otros.
Bogotá, mural reivindicativo
Bogotá, mercado
Nuestra estancia en la capital
colombiana además nos sirvió para comprobar un hecho que ya
sospechábamos, que durante el viaje no somos pareja de grandes
ciudades. Al menos del estilo de Bogotá, donde te encuentras en
muchos lugares con impersonales edificios propios de épocas
comunistas, infinitos rascacielos como los que te puedes encontrar en
cualquier capital... Aunque eso sí, un colorido barrio histórico
que fue nuestro centro de operaciones y paseos, y unas montañas que
rodean la ciudad permitiéndonos recordar el continente en el que
nos encontrábamos.
El centro histórico de La Candelaria
es un barrio donde se concentra la vida juvenil y alternativa de
Bogotá. Hace las delicias de las más hambrientas cámaras
fotográficas con pequeñas casitas pintadas con diferentes colores,
dando un aspecto colonial y haciéndote olvidar por muchos momentos
que te encuentras en una gran ciudad.
Bogotá, barrio de La Candelaria
Bogotá, Plaza de Simón Bolívar
Otra de las actividades imprescindibles
en la visita a Bogotá es la mini-excursión al cerro de Montserrate,
desde el cual disfrutas de unas vistas privilegiadas de Bogotá.
Bogotá con Montserrate al fondo
La caminata la hice yo solo, ya que Ewe
prefirió quedarse en el hostal trabajando en el blog y como siempre
se debe hacer, en sí misma. El paseo es durillo, sobre todo si no
estás acostumbrado al oxígeno disponible a 2500 metros, subiendo un
desnivel de unos 600 metros a lo largo de poco más de 2 km. Pero la
verdad que el paseo bien merece la pena, no sólo por las vistas,
sino por el contacto con la naturaleza y por verte rodeado en todo
momento por gente local que aprovechaba el domingo para ir de
excursión con la familia.
Bogotá, subida a Montserrate
Bogotá, subida a Montserrate
Además del barrio de La Candelaria y
la excursión montañera, aprovechamos el último día por Bogotá para ir a la
zona de parques a dar un paseillo, y así poder evadir nuestra mente
más fácilmente de la vida urbana. Nuestra intención era visitar el
famoso parque de Simón Bolívar, pero tras alguna pequeña confusión
en el sistema de bus y más de una hora para llegar, acabámos en
otro parque que pillaba de camino y que era perfecto para nosotros,
el parque de Los Novios. Lo que nos encontramos fue una grata
sorpresa con un parque adornado con un precioso lago en su centro,
pequeñas “cabañitas” rodeándolo con zona de barbacoa para
poder reservarlas, lugares en los que volver a nuestra tierna
infancia e incluso zonas que parecían sacadas de un cuento de
gnomos.
Parque de Los Novios en Bogotá, descubriendo topos
Parque de Los Novios en Bogotá, momento infantil
Parque de Los Novios en Bogotá
Parque de Los Novios en Bogotá, visitando la casa de los gnomos
Tras la primera toma de contacto
colombiana en Bogotá, nuestro siempre hambriente espíritu viajero
nos pedía un lugar más tranquilo, una Colombia más local. Y tras
numerosas sugerencias, creo que fuímos a parar al lugar perfecto,
Villa de Leyva.
Se trata de un pueblo de los que en
España diríamos, “de toda la vida”, pero con casitas renovadas
destinadas a los más pudientes bolsillos colombianos. De los que la
mayoría de mi quinta nos recuerda al pueblillo de nuestros padres en
los que pasábamos interminables veranos en la más absoluta
libertad.
Villa de Leyva
Aparte de por el innegable encanto que
posee Villa de Leyva, es conocida por contar con la plaza mayor más
grande de todo Latino América. La verdad que cuando te cuentan esto
antes de ir te esperas una plaza de dimensiones descomunales, aunque
luego la realidad dista bastante... La plaza no deja de ser bonita a
pesar de ello, y toda una delicia cruzarla en cada paseo por el
pueblillo.
Villa de Leyva, plaza mayor
La estancia en Villa de Leyva colmó
todas las expectativas que teníamos en cuanto a tranquilidad,
naturaleza, buena gente, buena comida... Todo ello ayudado por el
hostal donde nos alojamos, la Casa Viena, un hostal-casa con apenas 4
habitaciones, donde el hecho de que el edificio sea propiedad de la
familia que maneja el hostal, y que ellos mismo viven ahí, crea un
ambiente familiar estupendo. Pudimos probar deliciosas arepas
rellenas de cuajada preparadas a las 7 de la mañana por unas mujeres
del pueblo, deliciosos menús del día típico colombianos a precios
bajísimos, disfrutar de la compañía de los simpatiquísimos perros
que forman parte de la población del pueblo, e incluso visitar una
de las casas de barro más grandes que existen en el mundo.
Villa de Leyva, típico almuerzo colombiano
Villa de Leyva, casa de barro
Villa de Leyva, nuestro guía turístico durante una de las tardes
Además, por recomendación del
personal de la oficina de turismo, fuimos a visitar un molino de maíz
de hace más de 200 años, donde en la visita más que el molino,
disfrutamos de unos jardines cuidados hasta el más mínimo detalle, y
sobre todo, de una piscinita de agua natural, que aunque no nos
pudimos bañar, pudimos mojarnos los piececillos y usar la
inspiración de la naturaleza que nos rodeaba para filosofar un poco
sobre la vida.
Villa de Leyva, piscinita natural
Villa de Leyva, jardín del molino
Al final entre pitos y flautas
estuvimos en Villa de Leyva un día más de lo previsto, y aún así
con muchísima pena de cambiar el rumbo. Nuestro siguiente destino
era Bucaramanga, dirección norte, donde nos esperaba una pareja de
couchsurfers con los que pasar unos días. La verdad, el hecho de
saber que alguien te espera en el siguiente destino facilita un
poquito el abandonar un lugar con tanto encanto y paz como Villa de
Leyva, totalmente recomendable en toda visita a Colombia. ¡Pssss! No
se lo digáis a mucha gente que sino perderá esa calma... :-D De
regalito final, os dejo unas fotos más del pueblo, el mejor homenaje
que se puede hacer a este paraíso entre montañas.
Villa de Leyva
Villa de Leyva, calle
Villa de Leyva
"No se puede ser un auténtico
científico sin emplear la imaginación más allá de lo
establecido". Carlos González Pérez. “23 maestros, de
corazón"
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