Entrada al Museo de Arte Indígena ASUR
La organización ASUR, está llevando a cabo un programa de desarrollo del arte textil entre estas comunidades, no sólo como preservación de una tradición milenario, sino además como un recurso económico para estos pueblos marcados por una pobreza extrema, y como una forma de posicionar el papel de la mujer, ya que estos textiles son exclusivos de manos femeninas, (últimamente los hombres se están aventurando también en este arte, alterados al ver que las mujeres iban cobrando protagonismo, pero creedme que los ejemplos que vimos de textiles de manos femeninas y masculinas no tienen comparación).
Durante la visita al museo, visitas diferentes salas, cada una dedicada a las diferentes comunidades en las que se intenta preservar el arte del textil. Así, se puede aprender las diferencias entre los textiles de cada zona. Como por ejemplo en la región Jalq'a, donde los textiles (piezas rectangulares conocidas como "aqsus"), están dedicados a representaciones del inframundo, del mundo que nos es perceptible de forma directa, del mundo caótico que no sigue los leyes de la sociedad ni la naturaleza. Así, utilizando lana de oveja y alpaca, las mujeres jalq'a crean dibujos que evocan desorden, caos, animales imaginarios habitantes de ese inframundo, también conocidos como khurus, usando básicamente el color rojo para los símbolos y el negro para el fondo representado la oscuridad del mundo inferior.
Dibujo de textil tipo Jalq'a
Y por el lado de la comunidad de Tarabuco, sus aqsus de lana de oveja y algodón, representan el mundo intermedio, el mundo en el que nos encontramos. Para ello, emplean una distribución simétrica y ordenada, con colores más claros, y utilizando símbolos que van desde llamas, a pájaros, burros o personas, según palabras de las propias tejedoras, en sus piezas evocan "todo lo que vemos".
Dibujo de textil tipo Tarabuco
La verdad que durante la visita al museo, en el que te ofrecen decenas de textiles, de gran belleza, creatividad y trabajo, y muy buenas explicaciones, te sumerges en estas comunidades, y genera en tu interior una agradable sensación al saber que tradiciones tan bellas, creativas y espirituales se están intentado preservar como medio económico, social y creativo en pueblos con muy pocos recursos. O... ¿quizá todo esto era demasiado bonito para ser verdad? Durante el viaje hemos visitado muchos museo, hablado con muchas personas, que nos cuentan sobre comunidades que hace tal o cual cosa. En la mayoría de casos, nos quedamos con la impresión generada por las palabras de estas personas o explicaciones de los museos, pero en este caso, la curiosidad había entrado más profundamente. De forma que aprovechando que una pareja de viajeros franceses que conocimos en Cochabamba nos recomendó ir a visitar varias comunidades Jalq'a, y que el gusanillo de la curiosidad por comprobar si todo lo visto en el museo era cierto, me reservé un par de días para perderme por las montañas del altiplano y visitar varias comunidades Jalq'a. Pero para contaros esta experiencia, no lo haré al estilo habitual del blog, sino que os lo narraré de forma secuencial, como una crónica. ¿Por qué? Básicamente porque mientras viví esta experiencia de dos días me iba imaginando el contarlo de esta manera, así que de la mente al teclado, ahí va la crónica:
¿El plan para los dos próximos días? Visitar tres comunidades Jalq'a: Chaunaca, Maragua y Potolo, a unos 50 km de Sucre, perdidas en medio de las montañas. Para ello primero había de tomar un transporte hasta una ermita en medio de la nada, llamada ermita de Chantaquila. Desde ahí comienza un camino inca que baja por la montaña hasta el pueblo de Chaunaca, de Chaunaca caminata por las montañas hasta Maragua. Pernoctar en el pueblo, y al día siguiente nueva pateada hasta Potolo, donde podría tomar el transporte de regreso a Sucre.
Así que llega el Martes por la mañana, arriba bien prontito que según la información más exigente, el transporte hacia la ermita de Chantaquila salía de Sucre sobre las 8:30 de la mañana, aunque a decir verdad, a cada persona que pregunté sobre ello me dijo una hora diferente, algo habitual en Bolivia al pedir información, pero en estos casos mejor hacer caso de la hora más temprana. Mochila lista, guantes, gorro, mallas para el frio, que estamos en invierno en esta zonas, algunos bocadillos y fruta, que yendo a pueblos remotos, y siendo vegetariano, la alimentación no estará para nada asegurada. De manera que salgo del hostal, tomo el bus número 1 que por 1,5 bolivianos me lleva hasta el paradero del transporte hacia Chantaquila. Llego a las 8:25, buena hora para satisfacer las previsiones de horario más pesimistas. Por si no habíamos probado ya suficientes tipos de transporte durante el viaje, hoy apuntaría uno más a la lista, el camión. Ya estaba avisado de ello, así que tampoco fue una sorpresa. Pregunto por el camión para ir hacia Chantaquila, me señalan un viejo trasto que en ese momento llevaba cargadas en la parte trasera unas 8 cholitas, (mujeres mestizas vestidas con trajes tradicionales), con sus sacos de patatas o de ropa. Bueno, no es el la forma de viajar más cómoda, pero al menos podré tener espacio e ir sentadito en la parte de atrás del camión. ¡Primer error!
El camión en plena fiesta
¿Conocéis el chiste de "¿cómo se mete a 20 vascos en un Seat 600? Diciéndoles que no pueden." Bueno, pues algo así viví durante las casi 2 horas que estuve dentro de aquel camión antes de que arrancase. Sube una familia con sus 3 hijos, 2 sacos de patatas de unos 20 litros, y un cordero entre los brazos de uno de los niños, suben un par más de cholitas, con sacos enormes de ropa, sube un matrimonio, suben 10 barriles de no sé qué... Y así durante 2 horas, un no parar de subir personas y mercancía. No os exagero si estaríamos ahí metidos unas 100 personas, evidentemente, la mayoría subidas a los sacos de mercancía ya que no quedaba apenas un centímetro cuadrado libre en el suelo. En fin, parecía que el viaje iba a ser algo más incómodo de los previsto, ¡pero se puede con eso y más!
Después de 30 minutos de viaje por carretera asfaltada, abandonamos el paraíso de cemento para pasar a un camino de tierra, y así empezar a literalmente comer tierra a medida que avanzábamos. ¡Mierda! Se me empieza a dormir un pie, pero imposible moverlo, intento usar el comodín de mi musculatura para tratar de mover a una cholita que tenía atrapada mi pierna, misión imposible. Una cadera y unas piernas que han vivido seguramente más de 6 partos son demasiado para mí... Por fin después de mas de hora y media de calambres, posturas inverosímiles, y presenciar como la gente tiraba la basura de lo que iba comiendo a la carretera, algo habitual en sudamérica, un señor local que me hizo más ameno el viaje con su charla, me avisa que ya estamos llegando a la ermita de Chantaquila. Como parece que alguien se olvidó de instalar el botón de parada en el camión, tras varios golpes en la pared y la mano dormida, el conductor para, le pago los 10 bolivianos por el viaje, y me despido de la gran y fugaz familia con la que conviví tan estrechamente durante el viaje.
Ok, ya estoy en el inicio de la ruta, la ermita de Chantaquila, literalmente en medio de la nada. Cuando me dijeron que donde debía bajarme habría una ermita no mintieron, había una ermita y nada más.
La solitaria ermita de Chantaquila
Se supone que junto a la ermita debía comenzar el camino inca que me llevaría hasta Chaunaca, la primera comunidad Jalq'a, pero ni rastro del camino. Así que como "experimentado" montañero y explorador, decido subir a una colina que había al lado para intentar encontrar el camino desde lo alto. ¡Bingo! A unos 10 metros siguiendo el camino en el que me había dejado el camión parecía que comenzaba un camino empedrado. Así que ya con la tranquilidad de encontrar la ruta que me llevaría montaña abajo durante dos horas hasta Chaunaca, recargo energías con un bocadillo y algo de fruta, y comienza la caminata.
La ruta por el camino inca se hace muy agradable, con una senda restaurada muy cómoda, y unos paisajes típicos del altiplano boliviano, con poca vegetación, pero un horizonte interminable de montañas.
Diferentes momentos del camino inca
Después de casi dos horas bajando y bajando, y sin cruzarme con ningún alma, a lo lejos ya empiezo a percibir algunas casitas que deben ser el pueblo de Chaunaca. Eso sí, 1 km antes de llegar al pueblo, tocó pagar el peaje por el uso del camino inca, peaje en forma de cholita que gustosamente cogió los 10 bolivianos de los que no había manera de librarse. Llegando a Chaunaca, mi imaginación ya empieza a dar rienda suelta con las primeras mujeres locales tejiendo los famosos textiles Jalq'a en la puerta de sus casas. Nada más lejos de la realidad, todos los textiles que pude ver en Chaunaca fueron los de mi mente. En el "centro" del pueblo había unas 4 casas, un colegio-centro de salud-dentista en el mismo edificio, y por supuesto, la sede de la mayor empresa mundial, la iglesia. Pregunto a un par de hombres que están realizando una obra en la entrada al pueblo a ver si no hay nadie viviendo por allí, me dicen que la gente está en el campo trabajando, y que hasta el atardecer no vuelven. Por supuesto, nada de esperar ver a tejedoras en plena acción. Bueno, no pasa nada, las comunidades más famosas por sus textiles son las otras dos que quedan por visitar, ¡a positivismo no me gana nadie!
Prácticamente todo el pueblo de Chaunaca
De forma que tras otro bocadillo y un plátano para seguir el camino, en pie y a seguir pateando hacia el siguiente destino en el que pasaría la noche, Maragua. Según la información que tenía, me esperaba una caminata de unas 3 horas, casi siempre subiendo por las laderas de las montañas del altiplano. Así que vamos para allá, cuanto antes empiece antes acabaré. Pero... algo va mal... un retortijón repentino hace que un escalofrío recorra todo mi cuerpo. ¿Las causas? En un viaje como este pueden ser varias, desde el queso de los bocadillos que ya cuando los preparé el día anterior desprendían un olor cuiroso, hasta los plátanos hechos papilla tras el acogedor viaje en camión. Aunque en esos momentos el elemento causante es lo de menos, lo principal es buscar un rinconcillo donde dejar marcadas las montañas bolivianas. Tras pasar la urgencia, ahora sí, ¡rumbo a Maragua!
Paisajes en el camino a Maragua
El camino como era de esperar, se trataba de una carretera de tierra que bordeaba las montañas, sin apenas una sombra en la que protegerse, y subidas continuas que ponían a prueba la resistencia. Todo ello, teniendo en cuenta que lo poco que había comido durante el día se había quedado como abono unos metros más atrás, hicieron bastante durillo el ejercicio. Al igual que al inicio del día, ni un alma con la que cruzarme en todo el camino.¡Espera! Allí al fondo parece que hay una pareja de locales con una niña pequeña que van en dirección a Maragua, ¡a intentar alcanzarle! Un poco de compañía no va mal en estos lugares tan remotos. Y casualidades de la vida, resulta que era el matrimonio que románticamente habían ido pegaditos a mi durante el viaje en el camión. Tras unos metros charlando sobre el sentido de la vida, y al ver que llevaban un ritmo tranquilito, me despido de ellos y sigo con la solitaria excursión. Eso sí, parece que la niña que iba con ellos tenía el espíritu competitivo bastante desarrollado y aceleró el paso para ir detrás mío. ¡Y en qué momento!... ¡Nuevo retortijón! Y esta vez, con una niña que cual Fernando Alonso no dejaba de ir a mi rebufo. No me quedó otra que apretar nalga contra nalga, echar mano de las últimas reservas de energía, y meter un esprint que dejase claro a la simpática niñita que a un vasco yéndose por la pata abajo no se le sigue por las montañas.
Así que después de varios metros que ni Usain Bolt me hubiese visto, parece que el camino está despejado, unos metros ladera arriba, y a volver a abonar el terreno. Por suerte, parecía que la niñita y la pareja o bien habían tomado una ruta alterna, o habían percibido al acercarse las nuevas fragancias del altiplano boliviano y habían dado media vuelta, porque no les volví a ver. Sea como fuere, de nuevo la urgencia pasó, y ya me encontraba a apenas 30 minutos de Maragua, donde seguro que esta vez sí podría ver satisfechas mis ansias por descubrir los secretos de la elaboración de los textiles Jalq'a. Sin embargo, mis esperanzas empezaron a verse truncadas al ver el panorama que me presentaba el pueblo...
La desértica calle de Maragua
Taller de textiles Jalq'a de Maragua
Pero antes de desanimarme del todo, lo primero era lo primero, encontrar un lugar donde pasar la noche. Según me habían comentado en Sucre, en Maragua existen unas cabañas turísticas, gestionadas por la comunidad, pero a un precio algo alto para tratarse de un pueblo que te recorres de punta a punta en 2 minutos. Aparte de estas cabañas, había leído que si preguntabas a la gente del pueblo, era probable que alguien te ofreciese alojamiento sencillito en su casa, con cena, desayuno, a buen precio, y con suerte quizá hasta presenciando la labor de una tejedora. Bueno, lo primero para probar esta última atractiva opción, era encontrar gente a la que preguntar, algo que parecía iba a ser difícil, ya que no había nadie en todo el pueblo, excepto una niña que casualmente era la hija de quien gestionaba las cabañas turísticas, y me dijo que si quería podría alojarme en ellas, pero al oir el precio se me quitaron las ganas. Al preguntarle por el resto de la gente del pueblo, me contestó que estaban trabajando en los cultivos, y que hasta dentro de 2 horas no volverían. Vaya, parece que los pueblos fantasma hasta el atardecer era algo común por la zona. Bueno, no quedaba otra que esperar, y viendo que se habían olvidado de construir el bar del pueblo o un misero banco en el que sentarse a pasar el rato, pasé las dos horas charlando con la niña sobre su vida en la escuela del pueblo, la cual a su vez sirve de internado para los niños que acuden a ella desde los pueblos "cercanos", a los que no les queda otra que dormir entre semana en la escuela, ya que sus casa están a varias horas de camino.
Tras algo más de hora y media, parecía que la vida social comenzaba en Maragua. Por el fondo se asomaban las primeras ovejas, seguidas de su protector perro y el dueño, el cual justamente era el padre de la niña, y gestor de las cabañas. Le pregunto por la posibilidad de encontrar alojamiento alternativo, pero me dice que las cabañas están gestionadas por la comunidad, y que actualmente ya nadie aloja en su casa a turistas, ya que iría en contra del negocio de las cabañas. Como por estas tierras es mejor tener información de varias fuentes, prefiero esperar a preguntar a alguna otra personas. Sin embargo, la información es confirmada, así que no me queda otra que tragarme el monopolio hotelero del pueblo, y pagar por una cabaña. Debo decir que la cabaña estaba en muy buenas condiciones, y que en el precio de 50 bolivianos (tras un duro regateo), me incluyeron la cena y el desayuno, pero aún así, un viajero que llegue al pueblo con el presupuesto bastante ajustado, lo tendrá difícil ante la explotación turística de la que se aprovechan, una más durante el viaje por Sudamérica.
Interior de la cabaña
¿Y del tema de los textiles Jalq'a? Evidentemente pregunté a varias personas sobre la posibilidad de visitar a alguna tejedora y ver los famosos textiles, pero toda respuesta llevaba un "ni idea" como protagonista. En fin, parecía que todas mis esperanzas se reducirían al último destino, Potolo, al que llegaría al día siguiente. Así que tras una revitalizante cena, tras la cual recé porque aguantase en mi cuerpo durante varias horas, a la camita y a descansar del intenso día, que al día siguiente me esperaba otra buena caminata. Pero de repente alguien toca la puerta de la cabaña, hace unas horas no había un alma en el pueblo y a las 11 de la noche alguien viene a mi cabaña... Era una cholita con su hija, que les habían dicho que un "gringo" estaba alojado en las cabañas, y venían a... ¡enseñarme sus textiles! Si la montaña no va a Mahoma... Así que sin quererlo ni beberlo, ahí estaba con una de las famosas tejedoras Jalq'a, extendiendo sobre la cama varias piezas de preciosos textiles. Estaréis pensando, "sí sí, mucha explicación pero a mí lo que me interesa son las fotos". Resulta que la cholita cobraba por el simple hecho de hacer una foto a sus tejidos, ya que me comentó que cuando un turista va a su casa a ver sus textiles y cómo trabaja, siempre cobra por la visita y las fotos. Así que finalmente hice el trato que la visitaría al día siguiente, le pagaría el precio del tour tejedor, y todos felices. "Mañana a las 8, en la casita con la puerta verde que está al cruzar el río". ¡Perfecto! Eso sí, por lo poco que hablé en ese momento con ella, me comentó que apenas quedaban dos tejedoras en la comunidad, que el trabajo de los textiles requiere de mucha paciencia y trabajo, ya que cada textil tardaban unos 2-3 meses en hacerlo, y claro, muchas mujeres teniendo la opción de ganar dinero más rápido vendiendo Coca-Colas o cervezas, habían ido abandonando la profesión.
Y digo yo, ¿dónde está ese programa de la organización ASUR para la conservación de la tradición de los textiles en las comunidades Jalq'a? ¿Dónde está ese programa que me habían comentado en el museo de Sucre para formar a jóvenes de las comunidades en el arte del textil? Seguro que en las palabras de aquellas mujer y en el edificio abandonado que vi en Maragua con un cartel que decía "Taller de textiles", no estaban esos famosos y bonitos programas para preservar la tradición y el prestigio de las mujeres Jalq'a.
A pesar de todo ello, quedaba el último cartucho, la visita al día siguiente de la comunidad de Potolo, también famosa por el arte textil. De modo que tras un energizante desayuno, y ya con los problemas estomacales olvidades, de nuevo mochila al hombro, y a comenzar la caminata hacia Potolo. Como no, al preguntar por el tiempo que me llevaría llegar hasta el pueblo, obtuve respuestas desde 3 hasta 7 horas, así que por ser precabido, comencé la excursión bien prontito. ¿Recordáis que había quedado en visitar a la mujer de los textiles en su casita de la puerta verde? ¿Vosotros habéis visto la casa? Pues yo tampoco... :-( De forma que ya asumiendo que esos días no estaba destinado a apreciar las tradiciones Jalq'a, me puse rumbo a Potolo.
En esta ocasión la caminata fue mucho más agradable que la del día anterior, por un lado porque me sentía con más fuerzas al tener alimento en la tripita, y por otro porque los paisajes eran mucho más agradecidos, comenzando por montañas de tonos amarillentos propios de la sequía de la zona, a formaciones rojizas y de tonos rosáceos que hicieron la maravilla de mis pupilas.
Inicio del camino desde Maragua a Potolo
Paisajes en el camino a Potolo
También ayudó el hecho de encontrarme por el camino más vida humana, donde un simple "buenos días", o una simple respuesta a la pregunta: "¿es este el camino a Potolo?", lograban que me sintiese algo más acompañado en medio de la inmensidad del altiplano.
Tras algo más de 3 horas caminando, al fondo del camino empezó a aparecer la famosa Potolo, una de las principales comunidad Jalq'a, y en la que había visto muy bonitas fotos de danzas y trajes tradicionales en una publicidad. Pero al llegar, nada de danzas, nada de trajes tradicionales, nada de nada...
La calle de Potolo
El pueblo os lo puedo describir en un línea: una plaza desértica, una calle, y un centro cultural de textiles, en el que una ancianita que apenas hablaba español, (en estas comunidades el principal idioma es el quechua), me enseñó las 4 figuras que tienen expuestas con trajes de carnaval. ¡Mhhhh! Probaré una vez más, "¿usted sabe si en Potolo hay tejedoras a las que poder visitar?", la respuesta, ya conocida, "ni idea".
El centro cultural de Potolo
Viendo como se presentaba el panorama, lo mejor era tratar de tomar el primer transporte hacia Sucre, y dar por finalizada la mini-aventura de dos días por las remotas y "tradicionales" comunidades Jalq'a. De nuevo, respecto al transporte de vuelta a Sucre, por un lado me decían que a las 14:30 llegaría un camión, por otro que a las 16:00 vendría un bus... En fin, lo mejor sería simplemente esperar hasta que cualquier tipo de vehículo apareciese. Por suerte, al de pocos minutos apareció un bus en dirección Sucre, que aunque seguro no se llevaría el primer premio en el concurso de "Miss Bus", mejor que el camión del día anterior seguro que sería.
Así que tras un entretenido viaje de algo más de 2 horas, llegamos a Sucre, aunque un par de kilómetros antes del lugar donde se supone debíamos bajarnos, ¿el motivo? Según la pequeña charla que tuve con el conductor:
- ¿Por qué hemos parado aquí?
- Porque el bus tiene un muelle roto y tengo miedo de que en cualquier momento no pueda seguir.
- ¿Y desde cuándo lleva ese muelle roto?
- Ufff, ni idea....
:-O
Bueno en estos caso bien vale el dicho, "ojos que no ven, corazón que no siente", porque no sé que habría sido de mi corazón si hubiese sabido que el bus tenía una pieza rota mientras íbamos por aquel camino de tierra lleno de curvas montaña arriba con un precipio al lado.
Y todo esto fue la excursioncilla por las comunidades Jalq'a. Podría sacarse la conclusión de que habría sido mejor quedarme tranquilito en Sucre, sin retortijones, sin largas caminatas, y sin decepciones publicitarias. Pero todo lo contrario, pude disfrutar de paisajes y entornos como nunca había visto, pude disfrutar de pequeñas charlas con habitantes de las comunidades, pude tener mucho tiempo en solitario, con los pensamientos y conocimiento interno que ello implica, y sobre todo, pude comprobar como no siempre hay que creerse lo bonito que nos pintan la preservación de tradiciones indígenas, la palabrería que muchas veces te sueltan por dar gusto a tus oídos de turista y de buscador de experiencias tradicionales. Es una pena, pero no siempre hay que creérselo...
¡Un abrazo!
"Para crear debes estar consciente de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones debes de crear algo nuevo." Carlos Fuentes, periodista y escritor mexicano.
Bonitas fotos, excelente narracion, buenas conclusiones, y... no siempre se puede creer lo que nos dicen en los museos.... aun asi, ganaste extraordinarias experiencias, a veces los contratiempos y dificultades son las cosas que mas se recuerdan con algo de agrado...
ResponderEliminarMe alegro que me hayas acompañado a través del blog por aquella espectacular excursión! Que los museos sirvan para aproximarnos a nuevos conocimientos, pero siempre con un espíritu crítico activo! un abrazo!
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